La claridad by Marcelo Luján

La claridad by Marcelo Luján

autor:Marcelo Luján [Marcelo Luján]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788483936610
editor: Páginas de Espuma
publicado: 2020-07-17T05:00:00+00:00


EL VÍNCULO

Listen to the ground

There is movement all around

There is something going down

And I can feel it

«Night fever», Bee Gees

Y si tu ojo derecho ofende,

arráncatelo y arrójalo lejos.

Pues más conviene que una parte de ti perezca,

a que todo tu cuerpo sea condenado al infierno

Mateo 5:29

I. INGRID BENÍTEZ

No llevaba mucho tiempo trabajando los sábados cuando aquella mujer entró en la clínica preguntando por mi padre. Eran casi las dos y estaba a punto de echar el cierre. Desirée seguía en la recepción haciendo tareas de final de jornada y yo había ido hasta el office, al fondo del local, a programar la calefacción. Fuera hacía un frío que pelaba. Estábamos a principios de febrero y las últimas noches había nevado.

Un rato antes, Desirée me había dicho: Las jaulas ya están aseadas, si te parece bien me pongo con las fichas de ingresos y a responder correos. Según mis padres, su incorporación había sido una suerte para todos. Tenía la típica energía de los jóvenes recién graduados, una buena formación académica, sentido de la responsabilidad y, cuestión de suma relevancia, un excelente trato con los clientes. Después de un par de entrevistas estuvo un mes a prueba, y después mi padre decidió hacerle un contrato a jornada completa. No era de aquí y compartía piso con una estudiante de medicina, una chica de su pueblo. Yo solo coincidía con ella por las tardes, de lunes a viernes. Aunque antes de Navidad mi padre dejó de trabajar los sábados, por lo que también acabamos coincidiendo la media jornada de ese día. Pequeña y delgada y blanca como la leche, labios de esos de fresa, pelo castaño con flequillo casi hasta las pestañas, sus dedos parecían quebrarse cuando sujetaba a alguna mascota indócil. Me fijé en ella la primera vez que entró en la clínica y a menudo le soltaba indirectas sobre mis planes del fin de semana. Pero nunca me había dado pie a nada. Nunca, hasta esa fría semana de febrero. El miércoles, a última hora de la tarde. Le conté que unos amigos habían abierto un local que no quedaba lejos. Desirée asintió pero siguió a lo suyo. Un bar con música en directo, sabes, dije. Entonces despegó la vista del ordenador. Dijo: Anda, qué guay. También quiso saber cómo se llamaba pero yo, en ese momento, no lo recordaba o ni siquiera lo sabía. Me armé de valor y le pregunté si le apetecía tomarse unas cañas allí. El sitio es muy chulo y está en el centro, dije. Y dije: A mis colegas les vendría bien porque es como una previa a la inauguración del sábado. Creo que nos miramos un instante. Creo que se me habrá notado cómo me derretía viendo su flequillo encima de las pestañas. Desirée hizo un gesto vago y volvió la vista a la pantalla del ordenador. Y como si de una absoluta trivialidad se tratara, dijo que sí. Vale, dijo. Esa noche, alejados de la barra donde rondaban mis amigos, nos liamos. Yo estaba bastante pillado, por qué negarlo.



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